En la era de la posverdad, sostener una conversación empática y productiva con personas que piensan diferente a nosotros/as, parece una utopía. Cuando las diferencias se polarizan, y la otra parte representa una amenaza a mi sensación de certidumbre personal, el intercambio fructífero de ideas y experiencias se desvanece. La política, la orientación sexual, los géneros, las migraciones, las razas (o la inexistencia de ellas), el medio ambiente, etc., exigen conversaciones que permitan conectarse con la otra persona, entenderla, y construir a partir de sus perspectivas. Sin un cierto grado de sensibilidad, esas mismas conversaciones pueden destruir negocios, relaciones de trabajo, amistades e incluso familias.
El análisis que se realiza sobre las diversidades en los medios de comunicación, utiliza argumentos prejuiciosos, superficiales y sesgados, y ayudan muy poco a que las personas puedan abordar a la diferencia con cierta sensibilidad. Los maliciosos mensajes en redes sociales (muchas veces planificados y direccionados) también hacen su parte en generar “grietas”. Por otro lado, jugar seguro y evitar cualquier tipo conflicto potencial, tampoco es la solución. Quienes nos comprometemos a tender puentes y remover barreas para el entendimiento intercultural, necesitamos crear lo que David Livermore denomina “espacios de desequilibrio productivo”. Esta idea se refiere a crear una zona de incomodidad productiva que genere entendimiento, reflexión y cambio. Si estamos demasiado desorientados/as e incómodos/as, es poco probable que aprendamos. Pero sin ningún desconcierto ni molestia, tampoco creceremos.
Si bien cada debate, charla, intercambio, discusión, conversación ocurre en un contexto único y con personas particulares, las siguientes pautas servirán cómo una guía inicial para generar este “espacio de desequilibrio productivo”:
1. Regulando el tono inicial
Los primeros 5 minutos del dialogo determinarán el tono de toda la conversación. Son minutos cruciales para los cuales necesitamos prepararnos con antelación. Esta preparación tiene que ir más allá de pensar estrategias para ganar el debate y tener razón. Si percibimos al intercambio de ideas como un campo de batalla, nos estamos preparando para una lucha. Y en esa lucha por sostener nuestro punto de vista como el correcto, a veces estamos dispuestos/as a no escuchar, a descalificar a la otra persona, a exagerar, etc.
2. Lo políticamente correcto es incorrecto
En muchas ocasiones un lenguaje “políticamente correcto” es contra productivo para desarrollar empatía intercultural. Si las personas no pueden debatir honestamente sobre sus perspectivas y frustraciones, la conversación se estancará en aspectos superficiales. Esto no debe interpretarse como una licencia para decir cualquier cosa, sin importar qué tan ofensiva pueda ser. Significa que las personas deben estar liberadas de tener que tratar cada tema con excesiva delicadeza. Sin embargo, es importante establecer algunas reglas básicas que definan los límites del abordaje.
3. El peligro de la historia única
Cada persona es más compleja que una sola historia basada en de dónde somos, quién nos atrae sexualmente, cómo votamos, o el color de nuestra piel. Este concepto lo presenta Chimamanda Ngozi Adichie en su charla TED donde sostiene: “La historia única crea estereotipos, y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que sean incompletos. Hacen que una historia se convierta en la historia única”. Es vital desafiar cualquier intento de reducir a un individuo o grupo a una sola historia.
4. Separando opiniones de hechos
¿Están tus opiniones basadas en hechos comprobables? ¿Cuál es el propósito e interés oculto del autor o la autora? ¿Son los hechos lo suficientemente confiables? Quizás uno de los elementos más cruciales para construir una conversación que rompa sesgos y abra nuevas posibilidades, es la de no mezclar un hecho con una opinión. Un hecho es algo que puede comprobarse y tiene su respaldo en la evidencia, estudios e investigaciones. Una opinión está basada en creencias, perspectivas subjetivas personales y emociones. Por ejemplo, muchas personas afirman como si fuese un hecho que los/las inmigrantes llegan para “quitar el trabajo a los locales y generar inseguridad”. Si vamos a los hechos comprobables, encontramos que el beneficio neto de las migraciones siempre es positivo y la tasa de delincuencia de las personas migrantes es menor a la de aquellas locales en términos relativos. Muchas de las opiniones están destinadas a confundir deliberadamente a las personas.
5. Monitorea la temperatura
Al facilitar conversaciones productivas, tenemos que tener cierto control del termómetro. Si la temperatura de la discusión es demasiado fría, las personas no sentirán la necesidad de realizar preguntas incómodas o de tomar decisiones difíciles. Si se calienta demasiado, las personas podrían encerrarse aún más en sus posiciones o hasta confirmar sus sesgos y prejuicios.
6. Para la intolerancia, ni tolerancia
Para que una conversación sea productiva, los y las participantes deben partir de una visión respetuosa y equitativa sobre la naturaleza de la otra persona. Si mi punto de partida es el racismo, la homofobia, el clasismo, la islamofobia, la misoginia, etc., donde no considero a la otra persona como alguien que tiene los mismos derechos, el mero ejercicio de la conversación es fútil. En otras palabras, la “intolerancia” no tolera un intercambio de perspectivas de manera productiva; mediando la escucha activa y la empatía.
Existen muchas pautas más que pueden contribuir a la conexión entre diferentes, y que faciliten conversaciones productivas que puedan llevarnos más allá de los sesgos y prejuicios. Me encantaría escuchar tus ideas y estrategias para promover espacios de desequilibrios productivos.
Por Marcelo Baudino
Experto en Diversidad, Equidad e Inclusión
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