Imagínate por un momento que le tienes mucho, muchísimo miedo a una persona. ¿Cómo se siente? ¿Dónde lo sientes? Nada linda la sensación… ¿no?
Ahora imagínate que esa persona es un colega tuyo en el trabajo. Obviamente no podrías demostrarlo ni por un segundo. Qué tremendo tener que lidiar con esa sensación durante todo el día, la semana, el mes… ¿Cómo piensas que influiría en tu relación con esa persona? ¿La buscarías o la evitarías? ¿La querrías en tu equipo, o mejor lejos?
Sigamos un instante más en este juego de la imaginación, pero le demos vuelta a la torta. Imagínate que esta vez, todas las personas de un género determinado en tu trabajo te tienen miedo, aunque claro, nunca lo admitirían. Tampoco puedes hacer mucho para que dejen de temerte. De repente, tus oportunidades en la firma se ven limitadas por este sentimiento que tienen otras personas hacia ti… ¿Quién pierde más, quienes te temen o tú? Obviamente ambos, pero las oportunidades las pierdes tú.
Así tal cuál como lo viviste, es lo que sucede con hombres y mujeres. Aunque no es nada nuevo, los hombres les tememos a las mujeres. Debo admitir que me encuentro un poco sugestionado porque acabo de terminar de leer una novela histórica llamada “Las brujas de Vardo” de la escritora inglesa Anya Bergman. En la novela se relata, de manera desgarradora, la cruel realidad que vivieron una innumerable cantidad de mujeres que fueron tildadas de brujas solo por salirse de las normas sociales esperadas para su rol de género en esos tiempos. Personalmente, lo que más me llamó la atención fue el miedo obsesionado de quienes tomaban la decisión final de llevarlas a la hoguera: los hombres. “Es imposible que nos hayamos librado de ese miedo irracional hacia las mujeres tan fácilmente”, pensaba mientras leía. Y, de hecho, basta analizar algunos indicadores para comprobar que ese miedo aún existe al día de hoy, aunque por supuesto, los varones hemos aprendido a disimularlo con gran eficacia, ya que nosotros, como lo exige la masculinidad, somos los “valientes y fuertes” en esta sociedad. ¿Seríamos capaces de admitir ese miedo?
Como escribió el Dr. Avrum Weiss en Psychology Today: “Los miedos de los hombres hacia las mujeres en las relaciones íntimas están ocultos a simple vista. La mayoría de los hombres hacen un trabajo tan increíble para ocultar estos miedos y vulnerabilidades que incluso sus madres y amantes no saben lo asustados que están”. Vivimos en una sociedad que intenta permanentemente limitar a las mujeres, ya sea controlando sus cuerpos o sexualidad, o limitando su desarrollo personal o profesional.
Vayamos al campo profesional y reflexionemos por un momento: Si fuese esto verdad y en nuestras empresas existiese un miedo generalizado hacia las mujeres, posiblemente sucederían las siguientes cosas:
- En primer lugar, evitaríamos de cualquier manera, que lleguen las mujeres a posiciones de liderazgo. ¿Quién querría tener como líder a las temibles mujeres?
- Una estrategia muy sencilla, aunque eficaz, sería exigirles más para que puedan acceder a las oportunidades. Subirles la vara es fundamental para que lleguen menos mujeres.
- Por supuesto, si una mujer es excepcionalmente talentosa, entonces será difícil justificar por qué no se la promueve. ¿La solución? ¡Simple! Si llega a posiciones de liderazgo, tiene que parecerse lo más posible a los hombres. Eso quizás nos dé menos miedo.
- También es fundamental ocultar nuestros miedos reforzando estereotipos sobre ellas, especialmente cuando no se encuentran. No importa si estos estereotipos son ciertos o no, lo que importa es repetirlos una y otra vez, para que la gente se los crea. Que son demasiado emocionales, que solo quieren ser madres, que son muy complicadas, etc.
- Hay que complicarles también el día a día. Que se den cuenta que no son bienvenidas y a la empresa simplemente no pertenecen. Entonces será importante interrumpirlas, desestimar sus ideas (o apropiárselas), y darles actividades secundarias, sin valor: tomar notas, preparar el café, etc. (Leer: micro-machismos)
- Y si alguna nos acusa de machistas, sexistas o lo que sea, pues nosotros nos defenderemos al unísono. Pacto de caballeros para defendernos de las mujeres. Todos los hombres para uno, y uno para todos los hombres.
- Por último y fundamental, hay que socavar su auto confianza. Si una mujer muestra resultados, digamos que fue un golpe de suerte, la hagamos sentir que no se lo merece. Y por supuesto, pase lo que pase, que no se apoyen entre ellas. La sororidad sería nuestra perdición.
Cada uno de estos puntos pueden corroborarse estadísticamente a través de numerosos estudios que grafican estas desigualdades de género. Yo sé que muy posiblemente te cueste creer que le tienes miedo a las mujeres. Yo también lo negaría pues a nivel consciente no existe ninguna razón para temerles. Pero ya sabemos que funcionamos esencialmente de manera inconsciente y ese sistema patriarcal en el que hemos sido educados desde nuestra infancia, actúa como el piloto automático de muchas de nuestras decisiones cotidianas. Y así, cada uno de estos puntos mencionados, se transparentan en nuestras actitudes en el trabajo, estemos de acuerdo o no. El miedo nos lleva a excluir.
Las perjudicadas son las mujeres, claro está, pero quiero invitarte nuevamente a reflexionar sobre las implicaciones de vivir una vida motivados por el miedo. Cuando nuestras decisiones son tan irracionales, lo primero que sacrificamos es nuestra libertad. Es hora de comenzar a hacernos cargo y buscar desarrollar relaciones con las mujeres libres del salvavidas de plomo que nos encaja el miedo machista. Seguir condenando a la hoguera de la desigualdad a las mujeres, no nos hará más libres. Todo lo contrario.
Por Marcelo Baudino
Experto en Diversidad, Equidad e Inclusión
Linkedin: https://ar.linkedin.com/in/marcelobaudino
Yo pienso que tenemos que asumir que hay muchas mujeres en distintas áreas de los proyectos con mucha capacidad para liderar la especialidad igual que los hombres, pero nos tomó mucho tiempo admitir que debemos compartir estos puestos con mujeres y tener muy claro de mentalizar al grupo de trabajo que debemos compartir espacios con mujeres de igual a igual sin discriminación alguna.